Poner un islote de cuatro kilómetros cuadrados, casi nada turístico y todavía un poco salvaje. Llama la Procida. Pon un cráter volcánico extinto sobre el que se ha formado una pequeña playa, estrecha y no demasiado larga. Uno como muchos. Llámalo Pozzovecchio. Ponle encima una pequeña barra, una de las pequeñas, sin mirador a la sombra de la cual los bañistas podrían pedir refresco del sol abrasador, sin lujos ni pretensiones de tamaño que hoy son las más populares.
Llamarlo lido-bar anna maria. El mar, sin embargo, bueno, que es la cima, clara, de un verde y azul para dejar sin aliento y todo alrededor de montañas y rocas negras negras, un recordatorio de que la playa no siempre fue playa y que alguna vez hubo era fuego y lapilli iluminaban cielo y tierra. Retroceda en el tiempo, no muy lejos, eh, solo suba a los noventa, 1994 para ser exactos. Evoca la melodía de poemas de amor y una película que hizo historia, la de un cartero que acude a Don Pablo (Neruda) y se convierte en su amigo y alumno. Imagínese sus huellas en esa arena, las huellas de ese cartero que hizo la historia del cine y de su maestro Don Pablo, imagina Troisi y Noiret, juntos, contemplando el mar y hablando de metáforas ahí, sí, ahí mismo, en esa playa angosta y no muy larga que tanto habías desairado. ¿No se ve de repente como la más bella del mundo? ¿El más romántico? ¿El mas dulce? ¿Lo más deseable? ¿No parece de repente un pequeño rincón del paraíso en la tierra? Apuesto que sí.
Y apuesto a que ya estás corriendo para reservar el ferry para llegar a la hermosa isla de Procida, bájate en Pozzovecchio tomar un granizado y alquilar una tumbona en el lido-bar Annamaria y disfrutar del mar y las metáforas y el ambiente de la playa soleada, estrecha y no demasiado larga.